miércoles, 26 de marzo de 2014

A veces pienso que ojalá hubiese nacido sabiendo muchas cosas, especialmente de cara a la adolescencia. Ojalá me hubiese quedado con todos los consejos de mi madre, de mi abuela, de mis tías y de las madres de mis amigas. En definitiva, los consejos de mujeres que ya habían cometido los errores que yo iba a cometer y eran la voz de la experiencia. De todas las mujeres más sabias que yo que en ese momento de arrogancia taché de ignorantes. Ojalá les hubiese hecho caso y me hubiese repetido, sólo de vez en cuando, que me aceptase a mí misma. Que me gustase. Que me mirase al espejo y me quisiese un poco más. Suena fácil pero por desgracia a muchas nos ha costado llegar a ese punto. Y hasta que no llegas a él no te das cuenta de toda la diversión que te estabas perdiendo.
Nadie me lo dijo tal cual. Quizás también fue porque yo no lo pedí. Pero es que he aprendido que las cosas que las personas más necesitan oír son las más difíciles de decir.
Así que hoy digo que no existe nada más bonito que una mujer fiel a sus valores y contenta con su físico. Y que va a por todo. Baila hasta que se agota. Grita hasta quedarse afónica. Salta hasta que no puede más. Mira con un poco más de descaro pero nunca pierde del todo la inocencia. Se bebe una copita de vino en las cenas. O dos. Y se toma un buen trozo de chocolate después.
Descubre el placer y felicidad en lo pequeño, que al final del día, es lo que queda. Una mujer bonita es la que se olvida del “qué dirán” y se viste como se encuentre más cómoda y guapa. Que no hay mejor conjunto de ropa que la satisfacción ni mejor maquillaje que una sonrisa. Que una mujer de verdad hará que el vestido menos apetecible de la tienda resulte ser el más impactante.
¿Que te apetece esa trozo de tarta? Qué más da, cómetelo. ¿Que te gusta esa falda? Cómpratela. Ya nos meten demasiadas preocupaciones los demás como para imponernos nosotras más.
Hay que reír más. El doble. El triple. Hay que soltarse la melena, en el sentido metafórico y no tan metafórico. Hay que mirarse a una misma y hacer lo que realmente queremos, no lo que demás esperan de nosotros.
Somos la generación de mujeres más privilegiada y con más oportunidades que ha habido en toda la historia de la humanidad. ¿Tú sabes lo que significa eso? Somos las primeras que podemos hacer lo que queremos en miles y miles de años. Que nadie tiene ya la capacidad de ponernos límites. Que podemos pedir ayuda y, por primera vez, nos la darán. Que por fin no nos juzgarán por seguir nuestros sueños.
Corre hasta el fin del mundo y más allá. Porque tú puedes. Sólo hay veces que nos falta el pequeño empujón, esa motivación. El regustillo de la victoria, de la superación, es el mejor que he saboreado.
No te midas con los demás porque eso no te llevará a ninguna parte. Tienes que estar por encima de esas comparaciones estúpidas. Compite contigo misma. Así es como se llega a la mejor versión de lo que tú quieres ser, no lo que la sociedad quiere que seas. La pasión e insatisfacción son los mejores combustibles para llegar lo más lejos posible, no la conformidad y el rendirse. Lo fácil nunca fue lo que mereció realmente la pena.
Disfruta. Y recuerda que es mejor arrepentirse de haber hecho algo que tirarte el resto de tu vida pensando “y si hubiese hecho…”.
Ve mundo. Por favor. Es lo que más te puede aportar en esta vida. No te enjaules entre cuatro paredes, sabiendo lo que te espera ahí fuera. Es todo demasiado grande y bonito como para hacerlo. Así que aprovéchalo.
Pregúntate qué es lo que le dirías a ti misma con 14 años. Y ahora aplícate el cuento porque ese será el mejor consejo que te hayan dado en tu vida.
Si crees que ella te daría mejores consejos de los que podrías dar tú ahora, cambia de ruta, de sentido, de trayectoria. Nunca es demasiado tarde si tú quieres. El “no” siempre lo vas a tener y el “sí” es un abanico de posibilidades infinito.
Nos dicen que tenemos que querer a los demás pero se les olvida mencionar que, para hacer eso correctamente, tenemos que empezar por el principio: queriéndonos a nosotras mismas primero.
El peor límite que nos podemos imponer paradójicamente es el que nos creamos nosotras solas: el miedo. Cuando te hayas deshecho de él, verás. Verás que puedes conseguir todo y más, solo tienes que decir que lo quieres.
Si muchas mujeres son amigas infalibles, madres inamovibles, hermanas defensoras, hijas modelo, trabajadoras 24/7, novias felices, esposas fuertes, profesionales hasta el final y amantes únicas, todo esto en un solo día, ¿por qué no vamos a ser también seguidoras de nuestros sueños, buscadoras de la felicidad y huracanes imparables?
Todo esto, aunque lo aprendí tarde, me ha servido de mucho y por eso lo quería compartir. He aprendido la lección y, si algún día tengo una hija, no pararé de repetírsela porque si vives en base a esto, todas las demás cosas buenas vendrán solitas.

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